lunes, 4 de diciembre de 2017

Tres días y una vida

¿Puede tu vida cambiar por un arrebato sobre alguien inocente, por algo hecho por una tercera persona? La respuesta está en esta novela de Pierre Lemaitre. Bueno, no sé si es la respuesta, pero es una respuesta.
La ira, esa fuerza motriz de los más atávicos, primitivos e irracionales sentimientos que se materializa es un instante y que cambia la vida de las personas de manera determinante.

El libro está dividido en tres momentos: 1999, 2011 y 2015, y son períodos muy cortos de tiempo, no es un relato continuo en el tiempo.
Antoine, el protagonista de la novela, un adolescente de 12 años, que se encuentra atrapado en un pequeño pueblo, en el que todo está tan compartimentado y en el que todo el mundo tiene su lugar, sin apenas oportunidades, salvo que huyas, en un arrebato, en un ataque de ira, ataca al Rémi y lo acaba matando. Antoine ataca a Rémi por que el padre de Rémi ha disparado y matado a su perro, del cuál Antoine estaba muy encariñado.
Al comprobar que Rémi está muerto, y tras darle muchas vuelta, tira el cuerpo a un agujero en medio de un bosque abandonado. A partir de ese momento, los siguientes días de Antoine se convierten en toda una pesadilla, siempre bajo tensión, esperando el momento en el que la policía entre en casa a detenerle. Observa como todo transcurre a su alrededor. Como reacciona la familia de la víctima, los vecinos, como se organiza el pueblo para las batidas, para intentar encontrar a Rémi, que para los demás solo está desaparecido. Al final, una gran tempestad, que provoca estragos en la población, hace que la búsqueda quede en segundo plano y Antoine se cree libre de toda culpabilidad.
La acción se retoma 12 años después, cuando Antoine, estudiante de medicina, vuelve al pueblo a ver a su madre. Una noche, de las pocas que pasa en Beauval, en una fiesta de cumpleaños del propietario de la tienda del pueblo, coincide con Émilie, el amor platónico de adolescente.  Tras una breve conversación, Antoine se marcha y, de camino a casa de su madre, se encuentra de nuevo con ella, que acaba en un encuentro sexual desaforado, como una revancha al pasado. 
Al cabo de las semanas, Émilie se planta en casa de Antoine, en Paris, para comunicarle que está embarazada, que él es el padre y que debe asumir su responsabilidad: casarse y reconocer al hijo. Antoine, lo rechaza de plano y le propone abortar, lo que supone una ofensa para ella, de profunda educación católica.
En esta visita, su madre le informa que, en el lugar donde ocultó el cadáver de Rémi, van a construir un parque de atracciones, lo que supone volver a la tensión que vivió aquellos días tras matar a Rémi.
Todo parace olvidado, hasta que a causa de un accidente, la madre de Antoine se queda en coma y tiene que volver a Beauval. En esos días, el padre de Émilie le presiona para que se responsabilice de su hija y de su futuro nieto. Antoine vuelve a negarse. Pero en esos días, con las obras de acondicionamiento del bosque y de construcción del parque, aparecen los resto de Rémi y se le practican las pruebas de ADN para confirmar su identidad, así como las de un cabello hallado en los restos y que no pertenecía al niño asesinado. 
Ante la negativa de Antoine, el padre de Émilie le amenaza con pedir pruebas de paternidad para obligarle a casarse, con llevarlo todo ante un juez. El miedo a no saber que pasará con los resultados de las pruebas, en qué base de datos quedarán los resultados y quién los podrá consultar, hace que Antoine acabe aceptando el matrimonio, como mal menor, lo que para él supone una cadena perpetua por el crimen que cometió tiempo atrás.
La última parte muestra la vida de Antoine en Beauval, como médico rural, con un matrimonio farsa, en el que Émilie es poco escrupulosa con la fidelidad y con un hijo al que le costó tomar cariño. En su consulta, recibe la visita del charcutero que empleaba a su madre, el cual le acaba confesando que tenía una relación con ella y, que el día de la desaparición de Rémi, ambos le vieron como huía corriendo desde el bosque donde hallaron los restos tiempo atrás.
Pocas veces hago una sinopsis tan larga, sobre todo de un libro de poco más de 200 páginas. Y, eso que dejo a muchos personajes y situaciones fuera. 
Haciendo la reflexión reposada de la lectura, esta tiene una profundidad tremenda y eso que mientras lo lees no lo parece, es un libro que va generando sustrato, que reposa en tu cerebro, cociéndose a fuego lento, para luego sacarle todo el sabor.
El libro se enmarca en un momento actual, es contemporáneo a nosotros, pero si le quitas cuatro objetos que determinan el momento actual, podría ser de cualquier época. La historia es atemporal.
Lemaitre nos muestra una sociedad rural, socialmente atrasada, a pesar de los toques de modernidad (el paso de jugar en el campo a jugar en casa con una Play Station), de valores rígidos, muy marcados por el qué dirán y las apariencias, con el peso omnipresente de la religión y las fiestas religiosas como el gran acto social, aunque el resto del año la iglesia presente un aspecto cada vez más despoblado. Cómo toda sociedad rural, nos muestra todos los tópicos de las relaciones sociales: clientelismo, sumisión, rencillas, odios atávicos, venganzas, traiciones, hipocresía...
Éste es el marco en el que se desarrolla la historia, luego está el tormento y la sangre fría de Antoine para manejar la situación. Lemaitre consigue que no se le tome como a un vil asesino, que todo el sentimiento de culpabilidad, el miedo a la cárcel y, sobre todo, la vergüenza que pueda provocar a su madre, compensen, en cierta manera, el arrebato asesino y la frialdad para decidir esconder el cuerpo y mentir sobre lo que hizo aquel día.
Ese tormento interior, junto con su papel secundario y faltas de perspectivas en Beauval, son los que le impelen a huir de allí y no querer volver. 
Antoine carga durante todo el relato con ese peso, lo que le provoca grandes angustias que acaban somatizándose en su vida, de una forma u otra: intenta fugarse en aquellos días de 1999, intenta suicidarse, su relación con su novia en París flaquea en términos sexuales, acaba dejándola para casarse con Émilie.
Creo que el relato es tiene su moraleja, como las fábulas, en la que al final el que la hace, la paga. La justicia no castiga a Antoine, pero sí la vida, y su condena es a perpetuidad, y en una prisión, que no es otra que el pueblo del que siempre quiso huir. Por otra parte, está la cuestión del honor de la familia, de cómo se llega hacer lo que sea para evitar la vergüenza, ya sea propia o de la descendencia, papel que ejemplifica la madre de Antoine.
Pd.: cuando empecé a escribir, tenía la sensación de no saber qué decir, pero al final ha sido de las entradas más largas. La vida y sus incongruencias.

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