sábado, 18 de mayo de 2019

Viure amb una estrella (Zivot s hvezdou)

Tras HHhH, como no podía ser de otro modo, he vuelto ha Jirí Weil. El relato compartido por ambos escritores del atentado contra Heydrich y la cita del segundo por el primero me llevó de cabeza a leer lo que hubiese disponible en la biblioteca. Y lo que había disponible era Viure amb una estrella.

Weil nos transporta a la Praga ocupada por los nazis en la que un judío desesperado nos cuenta su día a día, la angustia de vivir bajo el jugo de los ocupantes, con la esperanza desesperante de pasar los días, de no ser el elegido para colmar los transportes que van hacia el este, de no caer en manos de los otros y de su arbitrariedad.

Estamos en los momentos en los que se decide implantar la obligatoriedad de la estrella amarilla para los judíos. La marca para resaltar lo evidente de la segregación impuesta por las prohibiciones y los bandos en las que se publican.

El protagonista, Roubicek, vive entre la desesperación de su condición, la esperanza de sobrevivir un día más, viajando de la realidad a la fantasía, del hoy al pasado, recordando su idilio con Ruzena, que se le aparece como salvavidas de la vida que está llevando. Su vida cambia en el momento en el que acaba trabajando en el cementerio, momento en el que decide que va a pasar desapercibido a pesar de tener que llevar cosida la estrella de David. Este momento coincide con la aparición de un gato vagabundo, algo tangible, real, que sustituye las apariciones de Ruzena, que es recuerdo e irrealidad.

Y qué mejor decisión para pasar desapercibido que quitarse la estrella que lleva como marca. A partir de ese momento, cuándo ha sucumbido a la desesperanza enfermiza que le rodea, las historias y las noticias que recibe no son nada alentadoras, puesto que empiezan a generalizarse los transportes al este, a los campos de exterminio. En el cúlmen de la desesperación, que se da cuenta que no tiene nada que perder, ni su vida, que ya la da por perdida y es el momento en el que comienza a cambiar.

Es en este escenario y con este protagonista como Weil recrea el día a día de los judíos en la Praga ocupada. Desde como deciden quedarse, unos, y marchar los otros. Roubicek se queda, por su apego a lo material, por no dejar atrás todo aquello que compró y, ahora, no puede llevarse consigo. Ese apego es su condena. Lo significativo al comienzo del libro, es que Roubicek decide desprenderse de todo, no poseer nada, para así no dejar nada que sacie el hambre acaparadora de los ocupantes.

Como en las anteriores lecturas que he hecho de Weil, su relato es de una contundencia soberbia. Su espíritu crítico recorre las páginas, sin dejar a nadie a salvo de la crítica. Su diana acaba sobre todos, pero son la mesura de quien sabe distinguir quién es culpable de qué y como es cada culpa. Pero, a pesar de mostrarnos unos tiempos con una perspectiva siniestra que se cierne sobre el horizonte, nunca deja que la esperanza no se abra paso, aunque sea ligeramente, sobre tanta pesadumbre. Roubicek representa ese rayo de luz.

Digno de mencionar, creo que es algo fundamental, es la negación del ocupante, del opresor, convertirlo en la nada a pesar de tener dominio sobre todo y sobre todos. ¿Cómo los consigue? Simplemente refiriéndose a ellos como los "otros", los "extranjeros", despersonalizándolos, quitándoles su singularidad y su origen. Definiéndolos en contraposición con los judíos, con los checos, con los habitantes de Praga. A estos les da un nombre, un apellido, una profesión; a los otros, los anonimiza, los diluye en la maquinaria burocrática y asesina del III Reich y del nazismo.