lunes, 31 de julio de 2017

Nos vemos allá arriba.

Pierre Lemaitre se ha hecho famoso por la serie de novelas del inspector Verhoeven, pues yo, para ir a contracorriente, he decidio sumergirme en la prosa del francés lo más lejos de estos libros. Mi inmersión ha comenzado con Nos vemos allá arriba. Fue una inmersión en un mar enlodazado, vamos a ciegas, sin llegar a leer ni siquiera todo lo que ponía la contraportada.
Pues ha sido un gran acierto.


La historia arranca en una trinchera francesa, en los últimos días de la I Guerra Mundial, justo antes de la proclamación del armisticio y del inicio de la desmovilización de los soldados que han servido durante esta cruenta contienda. Aquí nos hallamos con tres soldados, bueno, dos soldados y un teniente, que son el triángulo protagonista que sostiene toda la narración.
Los tres personajes reflexionan sobre lo que será su nueva vida una vez acabada la guerra, cómo encarar y encajar en la vida que dejaron atrás. Sólo uno de ellos los tiene claro, el teniente d'Aulnay-Pradelle, necesita una última acción con la que conseguir un último ascenso que le permita medrar en la vida civil y reconstruir el legado familiar perdido.
¿Cómo conseguirlo? Una patrulla, dos muertos y un discurso enardecido para conquistar una última cota, un último esfuerzo en pos de una victoria, inútil, puesto que el armisticio es cuestión de dos o tres días.
Durante esta última ofensiva, Albert Maillard se desvía de la ruta prevista y descubre que los dos muertos tienen disparos en la espalda, lo que le llena de suspicacias. El teniente Pradelle se percata e intenta acabar con las pistas y los testigos. Maillard acaba enterrado vivo en el cráter de un obús, al ser empujado por Pradelle y caerle una ola de tierra provocada por una explosión. Péricourt, el otro soldado, observa a Pradelle como, en plena ofensiva, se queda parado ante el cráter observando impávido. La curiosidad lo lleva hacia el cráter, pero la explosión enterradora de Maillard, hace que no pueda ver que estaba mirando el teniente. Al escuchar los desesperados intentos de Maillard de intentar salir de su tumba, Péricourt se pone manos a la obra y lo acaba liberando. Pero por ello paga un alto precio, a parte de una herida en la pierna, un trozo de metralla le destroza la cara, dejando un agujero en lugar de su boca y mandíbula inferior.
En ese momento, Maillard se impone una deuda de vida con Péricourt, al que asiste durante toda su convalencia.
Acabada la guerra, Pradelle consigue su objetivo, ascender a capitán e intentar hacer negocio con todo aquello que está relacionado con la desmovilización y los efectos de la guerra: compra-venta de excedentes de material de guerra, de vehículos... pero en su mente está algo más ambicioso: hacerse con contratos del estado para la gestión del traslado de los cuerpos de los enterrados en el frente hacia cementerios de caídos, concebidos como un homenaje a los caídos.
En cambio, para los dos soldados comienza una dura subsistencia. El dolor provocado por las heridas en la cara acaba provocando que Péricourt se enganche a la morfina. Maillard, que no puede aguantar el sufrimiento de su amigo, intenta conseguirle más de la que el médico le había prescrito. Los soldados no tienen la misma fortuna que Pradelle en su regreso al mundo civil. Uno por incapacidad, no puede volver al puesto de contable que ocupaba antes de la guerra y el otro por su enfrentamiento a su padre, un adinerado e influyente banquero.
Mientras Pradelle sigue medrando utilizando sus contactos en el ejército o a través de su suegro, el padre de Péricourt (éste nunca lo sabrá), ambicionando reconstruir su patrimonio familia y restaurar su apellido, Péricourt y Maillard, malviven, sobreviven y padecen las miserias de los desmovilizados con el añadido de la incapacidad de Péricourt y su adicción.
Lemaitre teje una brillante y reflexiva historia sobre como la guerra y la postguerra influyen en las personas según sea su posición en el retorno. Cómo uno, mediante sus contactos, va cosechando una gran fortuna, conseguida de forma miserable, escatimando hasta el último céntimo para poder llegar a su objetivo en el mínimo tiempo posible; mientras los otros sufren todas las vejaciones de los héroes a la vuelta del frente. Maillard encarna el personaje que sufre todo esto: no poder volver a su trabajo anterior, perder a su novia por no tener un trabajo digno y por el tiempo pasado en el frente, acabar haciendo los trabajos más despreciados por el resto de la gente, el desprecio de aquellos que quedándose en la retaguardia miran con altivez a los ex-combatientes por creerse con unos derechos por el solo hecho de estar malviviendo en trincheras.
No sé que habrán visto otro, pero yo veo una crítica a todo lo que envuelve el poder, el dinero, la guerra y las relaciones sociales. La guerra, ya sea durante o después, como un vehículo para hacer negocio, para que unos desalmados se lucren y no tengan consideración con el que ha sacrificado su vida. La hipocresía a través del reconocimiento del ex-combatiente mediante la construcción de monumentos, sufragados con suscripciones populares, construcción que es abono de corrupciones y estafas. De hecho, Maillard y Péricourt acaban ejecutando un gran estafa aprovechándose de esa fingida e impostada sensibilidad por el recuerdo el caído, mientras se humilla e ignora al que regresó triunfante.
Las relaciones familiares están muy presentes: Padrelle por que ya no tiene; Maillard por que quiere formar una, pero le deja su novia, y además tiene una madre que siempre está poniéndolo por los suelos; y Péricourt, por la incompresión de su padre, la añoranza de su madre fallecida y el recuerdo protector de su hermana. Asimismo, la relación entre el padre y la hermana de Péricourt, teniendo a éste siempre presente.
La novela da para extenderse mucho más, para leerla con lápiz y papel, tomar notas, recoger grandes frases cargadas de mucha mala leche, que aunque comprendan a una sociedad de hace un siglo, no dejan de estar vigentes a día de hoy.
Como hace el autor en el epílogo, hay un personaje singular, Merlin, un funcionario viejo, amargado y marginado, que representa la dignidad y la decencia, que siendo el encargado de un trabajo sucio, acaba sacando a la luz una de esas vergonzantes corruptelas que tanto se prestan en estas circunstancias, del que nadie se acaba acordando, pero que es imprescindible.

jueves, 13 de julio de 2017

Maigret.

Maigret es la novela de Simenon que lleva como título el apellido del famoso comisario. Aunque por el título pareciera ser la primera de la serie, no es así, transcurre con el comisario ya jubilado.


Como todas las novelas de Maigret, estamos ante un corto relato, no llega a las 200 páginas, pero bastan y sobran para lo que Simenon quiere explicar.
Como ya he dicho, nos encontramos a un Maigret jubilado, que vive en el campo, lejos del bullicio de la Ciudad de las Luces.
Una noche, la tranquila rutina de Maigret se ve interrumpida por la llegada de su sobrino Phillipe, oficial de policía, que angustiado le explica a su tío que es muy probable que la policía venga a arrestarle como presunto asesino de un delincuente que regenta un club nocturno.
Tras las explicaciones de su sobrino, Maigret decide ponerse en marcha hacia París para intentar averiguar todo lo concerniente al suceso relatado por Phillipe. Dado el carácter apocado de Phillipe, Maigret no duda de su palabra y se adentra en los entresijos de la noche parisina y de los clubes nocturnos, donde el consumo de estupefacientes y de sexo es moneda corriente.
Una vez repasadas las pruebas, las declaraciones de su sobrino e inspeccionado sobre el terreno, el lugar de los hechos y los presuntos implicados, Maigret cae en la cuenta de que no hay manera material de librar a su sobrino de la acusación de matar a un pequeño delincuente, testaferro de un importante delincuente, que ejerce, a ratos, de confidente de la policía.
Junto a esta falta de pruebas que inculpen al verdadero asesino, Maigret cuenta con la aversión del comisario que ocupa el puesto que él ocupó en el pasado, lo que le obliga a recurrir a instancias superiores, para poder poner en práctica su plan.
El plan consiste en hacer confesar a los instigadores y ejecutores de los crímenes, tanto el que se imputa a su sobrino, como otro anterior.
Obviamente, Maigret se sale con la suya y consigue eliminar las sospechas que recaen sobre su sobrino en la comisión del crimen.
Volvemos a tener al Simenon de siempre, el que nos detalla la situación a resolver por su comisario, y nos da pinceladas de todos aquellos que tienen un papel medianamente destacado en la trama. La trama es obvia: presentación del caso, desarrollo de la investigación y desenlace. Sin artificios, sin grandes enredos que lo compliquen todo.
La novela, escrita en 1933, ya nos presenta a un París en el que ya corren, por la noche parisina, todo tipo de sustancias recreativas que conducen a la adición. De hecho, el motivo del asesinato es evitar el registro de un club en el que se sospecha que hay un alijo de cocaína. Como curiosidad, hay una conversación en la que una prostituta le relata a Maigret su experiencia con el éter (conseguido en la farmacia) y dos o tres clientes, que lo único que quieren es colocarse.
Creo que muchos de los que se quedan atrapados por narrativas contemporáneas en las que las drogas tienen un papel preponderante, deberían leerse a autores de la primera mitad del siglo XX. Descubrirán que ese mundo de desfase y consumo de los setenta y los ochenta, no es tan novedoso como parece. Y, mucho menos, en la narrativa actual.
Ficha del catálogo de la Biblioteca Nacional

miércoles, 5 de julio de 2017

El poder de las tinieblas

Relectura de la segunda entrega del detective Charlie Parker. Creo que voy a ser, o a intentarlo, conciso y breve.
Es la segunda que releo e, igualmente, me ha dejado más frío que caliente, no me causó la misma impresión que la primera lectura. No sé si son cosas de la edad, del momento o de lo motivado que te hallas en un momento y en otro.


El argumento: tras una entrega frustrada de una rehén, Billy Purdue huye con 2.000.000 de $. A su búsqueda se lanzan, por un lado, un miembro de la mafia de Boston, Tony Celli, que quiere el dinero para tapar unos pufos con mafiosos de mayor calado; por otro, un "ejecutor" de los deseos de los mafiosos que han sido estafados; Charlie Parker, buscando el dinero de la pensión que Billy debe a su ex-mujer; y el padre natural de Billy.
Los hechos se entrelazan constantemente, los hilos traman un tejido en el que se vinculan todos los actores y hechos del pasado que vuelven al presente y, todos, tienen que ver con Billy.
La vuelta al pasado tiene que ver con un caso irresoluto del abuelo de Parker, que persiguió durante toda su vida a un asesino en serie de mujeres, maltratador y que su único objetivo era perpetuar su estirpe y seguir sembrado el dolor que recibió por parte de su madre.
El libro tiene dos partes diferenciadas: una primera en la que en la búsqueda de Billy, Parker indagando en el pasado de este, encuentra con el caso de su abuelo y cómo este caso se vincula a Billy, y cómo en esta búsqueda tropieza con la gente que busca a Billy por su dinero. 
La segunda parte se centra en la búsqueda de Billy y del asesino que trajo de cabeza al abuelo de Parker, búsqueda que se torna angustiosa, cuando desaparece la hija de un ex-compañero de Parker, cuando este era policía.
Como siempre, Parker va acompañado de sus "ángeles de la guardia" Louis y Angel, rememora a Rachel, la psicóloga con la que tuvo un afer en tiempos pasados y los "encuentros" con su mujer e hija, cuando se acerca el aniversario de su muerte.
Es una novela sobre malos, mafiosos y asesinos sin escrúpulos, sea cual sea su motivación; una novela sobre el mal que habita en mucha gente, de cómo las circunstancias abocan a mucha gente a un callejón sin salida y que son golpeados constantemente, más por su origen que no por sus acciones.
La relectura me ha hecho replantearme mi primera lectura. Creo que no tiene la fuerza que en un principio pude percibir. Es una novela que no tiene más fondo que el mal y las diferentes formas que toma, hay una velada referencia a los malos tratos infantiles y, quizás, al sistema de tutela y adopción de los niños de familias desestructuradas o huérfanos, así como a la asistencia a los ancianos que son recluidos en residencias.
Hay un exceso de explicitación de la violencia que no siempre tiene sentido, un afán de describir, con minuciosa precisión, las herramientas de la muerte utilizadas por cada personaje, a la que no le encuentro sentido alguno.
La trama y desenlaces son correctos, sin fallas ni agujeros, pero sin sorpresa alguna.
Parece que sí, que con el tiempo todo cambia, incluso la percepción de experiencias pasadas.