lunes, 22 de mayo de 2017

La casa del canal

Enlazando con la entrada anterior, la sentencia de "si breve, dos veces bueno" se cumple de manera absoluta. Simenon, en apenas 150 páginas, nos dibuja un cuadro en el que retrata el choque entre el campo y la ciudad desde los ojos de una joven belga. Esta brevedad le dota de la intensidad e interés que Cockey no consigue en ningún momento. Se podría pensar que no tienen nada que ver ambas novelas, pero aquí Simenon esboza unos finos trazos de novela negra, que hacen palidecer la obra de Cockey, que su intención es la de hacer una obra de género.


Como he apuntado, no encontramos ante una novela que nos explica la vida de una joven huérfana de Bruselas que llega a una finca de Flandes, donde es acogida por la familia de su madre. Su llegada coincide con la muerte de su tío, cosa que hace que las funestas perspectivas de Edmée ante su nueva situación, lo sean aún peores.
Simenon nos explica la vida y los comportamientos de todos los que comparten la vida en esa hacienda: Edmée, sus primos y primas y su tía recién enviudada. Circunstancialmente aparece otro tío, que vive en una pequeña ciudad cercana, pero no en una de las grandes capitales belgas.
Simenon retrata o esboza, según la importancia del personaje en la narración, los estereotipos propios de la zona y la época: la tía viuda religiosa y tradicional; un primo que representa al hacendado de la zona, que lleva una vida en la que ha de hacer patente su condición social de propietario, sobre todo en las apariencias hacia fuera; el primo tosco, rudo, de campo, que se encarga de que todo funcione en la finca; la prima soñadora con la ciudad, pero criada en el campo y con la cabeza llena de mariposas. A todos estos contrapone a Edmée. Joven, refinada, criada en la ciudad, hija de un médico, con cierta cultura y gustos refinados, que se incrusta en un espacio social, físico y familiar que no es el suyo, en el que se halla desubicada. Es este choque, esta aversión a su nuevo entorno la que le provoca que sus actuaciones sean de lo más caprichosas e insensatas, como una rebelión contra ese destino del que no puede huir por sí sola. Este aislamiento lo remarca Simenon con el hecho que Edmée solo habla francés, mientras que su tía y sus primas pequeñas, solo hablan flamenco, con lo que el aislamiento se hace más palpable en los momentos en que Edmée está sola con su tía.
A pesar de su juventud, Edmée es una manipuladora, es consciente de su diferencia respecto a lo que la rodea y hace un uso perverso de esa diferencia, hasta el punto de provocar un enfrentamiento velado entre los dos hermanos. Sobre todo manipula al primo más rural, el cúal es más resolutivo, más práctico, tiene una forma de pensar más primaria, sin los matices e interpretaciones que sí que rondan a Edmée. Son reacciones pueriles y perversas, puro egoísmo. Es la válvula de escape de la prisión sin barrotes en la que se encuentra.
Simenon retrata las miserias del alma humana, las vilezas y las bajezas, pero lo hace sin efectismos y sin alardes, con sencillez, exponiendo las cosas directamente, sin censuras, ni morbosidad. Contrapone modelos, formas de ser, personas por parejas: los dos hermanos, los primos de Edmée, son el anverso y el reverso de una moneda; y Edmée y su prima, por otro lado. A las diferencias de carácter y de visión de la vida, les añade el componente físico, para acentuar esas diferencias.
La resolución del libro es muy acertada y está bien ejecutada, sin excesivos artificios, quizás un poco brusca y directa, sin conectarla directamente con el resto del relato, pero de una forma que le da coherencia al texto en global.

martes, 16 de mayo de 2017

Un cadáver en la cocina.

Cuanto más deseas leer un libro, ver una película, seguir una serie, visitar un lugar y cuando la espera se ha hecho largo, el riesgo de decepción se multiplica exponencialmente. Esto me ha ocurrido con Tim Cockey y Un cadáver en la cocina.
En algún lugar leí algo sobre él que me hizo buscarlo, por el interés que suscitó, pero no había manera de encontrarlo. Ya se sabe, esos autores que se editan dos libros y luego desaparecen de los intereses (monetarios) de los editores. La casualidad quiso que, al entrar en una tienda de libros usados, me hallase ante él y me hice con el título en cuestión. La decepción se ha ido consumando página a página.


La curiosidad que provocó mi interés fue que el protagonista era un enterrador, que al final solo es el empleado de una funeraria. No esperaba a un solitario, oscuro y necrófilo protagonista, pero tampoco al personaje que retrata Cockey, un personaje plano, con algún detalle irónico y bastante mundano. Nada que despertase interés alguno.
La novela trata sobre dos muertes, una nada más abrir la primera página, en la que un amigo de Hitchcock Sewell, le llama para que venga a buscar un cadáver antes de que llegue la policía y que lo coloque en algún sitio. Visto el absurdo de la situación, Hitchcock le hace entrar en razón y que avisen a la policía. El hecho de hallarse en el lugar del crimen antes de la denuncia, le convierte en sospechoso.
Por otro lado, tras la recogida de un cuerpo en una residencia de ancianos, Hitchcock reconoce a la cocinera de un bar donde iba cuando era estudiante. Y la visita de vez en cuando, mientras ve como se deteriora rápidamente.
Pues entre una y otra muerte, Cockey va navegando sin rumbo y sin sentido, hasta que por arte de magia se relacionan ambas. En medio, enredos familiares, líos de faldas, suspicacias, amores ocultos y dinero, siempre el dinero.
El libro es nada, confuso, mucha paja y poco contenido. La resolución del caso es bastante lamentable: odio enfermizo al amor platónico de un patriarca, la sed de venganza que acaba volviéndose en su contra. Eso y mal explicado, peor que lo que estoy escribiendo, cosa muy difícil.
Roza, acaricia, resbala sobre los tópicos de las novelas con muerto y misterio: algo de sexo, infidelidades, dinero.
Sinceramente, me ha defraudado tanto que no sé qué poner. Creo que la confusión es la responsable de esta decepción, casi tanto como el escribir sobre nada y no sacar partido de un personaje que da más de sí. Apenas explota la vena sarcástica y burlona que daría un personaje con tan singular profesión, pero nada, un par de pinceladas.