miércoles, 21 de septiembre de 2016

Los crímenes del jorobado

No sé como tratar este libro, curioso sea la palabra más adecuada. Para justificarlo, contextualizo. La novela no se concibió como tal, sino como como un serial por entregas en un diario de los años 1930 en Japón, creo. Además, está narrado en primera persona, rememorando unos hechos ocurridos tiempo atrás.

Los crímenes del jorobado son las desventuras de Minoura, un joven que se enamora de una compañera de trabajo, pero que a partir de aquel momento comienzan a cruzarse en su vida una serie de desgracias, desde el asesinato de su novia, al asesinato de un amigo de Minoura que investiga la muerte de Hatsuyo y cree tener la solución hasta las desventuras que vive para poder resolver los crímenes y encontrar al culpable.
Junto a Minoura nos encontramos con Moroto, un joven médico, algo mayor que Minoura, que está enamorado de este y que una vez que es rechazado, decide contratar a una casamentera para intentar casarse con Hatsuyo, como venganza contra Minoura.
Al final, la sucesión de asesinatos, entre los que se incluye los de un pequeño acróbata de circo en casa de Moroto, hacen que éste se replantee su odio hacia Minoura y se dedique en cuerpo y alma a ayudarlo para encontrar al culpable.
Las investigaciones les llevan a la isla donde creció y donde todavía vive la familia de Moroto. En la isla viven una serie de peripecias para tratar de confirmar la sospecha que tienen, que el asesino es el padre deforme de Moroto. La isla está llena de personas que presentan todas un defecto físico, resultado del odio que tiene el padre de Moroto al mundo, llegando a crear dichos tullidos y deformes, mediante sádicos comportamientos, tales como encerrar a un niño en una caja con la cabeza fuera, para evitar que su cuerpo se desarrolle con normalidad, con el objeto de venderlos como atracción de ferias, una cosa bastante habitual en aquellas épocas.
La novela es un homenaje a las novelas de detectives del siglo XIX, las de Edgar Allan Poe y las de Arthur Conan Doyle, ya que cita en alguna ocasión a los detectives de cabecera de ambos: Dupin y Holmes. La novela está escrita con ese mismo estilo, de ir diciendo cosas pero dejando cosas por esclarecer, para retomarlas posteriormente cuando se esclarecen los hechos, cosa que critica en la novela, pero que él hace.
Es una curiosidad, no es una novela crucial, ni caudal del género, es una singularidad, tanto por la forma de escribirla, por como trata el tema, por la trama (que es muy clásica, crimen-investigación-resolución) y por como trata algunos temas, que para la época nos creeríamos que eran más tabús.
Es curioso el tema de la homosexualidad, tratado con bastante naturalidad, pero en el que está todavía muy presente ese prejuicio y esa manera de definir la orientación sexual como una perversión y una aberración.
Luego está todo el papel de los discapacitados y su constante presencia en la novela, se puede intuir una cierta crítica a su confinamiento, visto que son vistos como algo anormal, como una anomalía en la sociedad que debe esconderse. El capítulo final parece entrever esta posición.


Sobre los personajes, poca cosa a decir, son muy típicos y tópicos de aquella forma de escribir: villanos, héroes fortuitos y timoratos, víctimas con muertes trágicas y una resolución feliz, a pesar de la cantidad de sangre derramada y de los infortunios de las víctimas.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Peores maneras de morir.

Estamos ante la última entrega del comisario Méndez, aquí se acaban las aventuras, desventuras y los pensamientos del singular inspector de la policía que se mueve por lo más recóndito de la geografía barcelonesa.
Y es la última entrega por que, por desgracia (aunque no hay nada eterno), el autor, Francisco González Ledesma falleció un par de años después de publicarla.
Nos encontramos de nuevo a Méndez mezclando lo mejor y lo peor de la sociedad, los barrios altos y luminosos, con los barrios bajos y grises, lo que no quiere decir que haya una correlación entre lo mejor y los barrios altos y lo peor y los barrios bajos. Básicamente, hay una mezcolanza de todo.


A partir del asesinato de dos mujeres en un piso de un edificio que está a punto de ser desalojado para su demolición, González Ledesma nos introduce por el sórdido mundo de la prostitución y de la trata de blanca, bueno, el comercio de mujeres, sea cual sea el color de su piel, para dotar a los burdeles de todo tipo, clase y distinción de mercancía necesaria para satisfacer la demanda de todo tipo y condición.
Con Méndez volvemos a descubrir un sinfín de personajes de todo pelaje, pero en esta ocasión, se centra en gente de postín, abolengo y gran cartera, sobre todo gran cartera. En la procesión de personajes nos encontramos con el magnate del tráfico de carne, que obviamente está muy bien relacionado (participa en los programas de caridad del obispado); una joven ucraniana, obligada a prostituirse, que huye de la organización y que usa todo su odio para huir y vengarse; una mujer de la alta sociedad, joven viuda, que dedica toda su vida a la caridad y la virtud católica; una vieja ex-prostituta que acoge a la fugitiva ucraniana, en la que le pesa la pérdida de un hijo cuando era joven; y un sinfín de sicarios sin entrañas, ni escrúpulos, todo frialdad, entre los que destaca un castigador profesional de fugitivas, el cual tiene un final atroz (desde el punto de vista masculino).
Ledesma trama una historia como excusa para hablar de lo de siempre, de la falsedad de la sociedad, de la ley y de la justicia. A la trama solo se le puede pedir consistencia, que tiene en gran parte, aunque quedan hilos colgando. En esta ocasión Méndez es menos Méndez, sobre todo por que Barcelona deja de ser un personaje, pasa a ser un mero escenario, ya no hay esa añoranza de un pasado, no se sabe si mejor, pero sí con un espíritu, una humanidad que la actual ciudad no transpira.
Tengo la sensación que esta novela fue más una obligación que un deseo o resultado de la voluntad, una manera de cerrar el círculo del carismático y singular inspector, pero que no ha conseguido ese objetivo. No se puede decir que sea un mal libro, pero no es más que un libro correcto, pero al que le falta alma, mucha alma, toda la que en otras ocasiones destilaba el protagonista, como observador privilegiado de los lugares más y menos privilegiados de la ciudad.
El tema sobre el que escribe, el tráfico de mujeres y la ley, cómo la ley no castiga al traficante con la contundencia que debería, habida la magnitud del delito y la falta de escrúpulos y moralidad, es algo que está ahí, que no está disfrazado, ni escondido, que está en las calles y en las carreteras, a pie de asfalto o en los innumerables clubes de neón que salpican toda la geografía, pero que hay otro nivel, uno en el que en los lugares más discretos y más refinados, se pueden encontrar verdaderos pozos de cieno en lo que se hunde la condición humana, tanto la de la mercancía como, más aun, la del comprador.
Hay momentos en los que parece que tanto Méndez, como el propio Ledesma, hayan perdido la fe en la humanidad, en la justicia y en la ley, sobre todo en la ley, y que a pesar de ser un personaje con cierto aroma reaccionario, no pierde la noción de justicia en ningún momento, pero parece no creer ya en la democracia y sus valores, de los cuales siempre ha sido escéptico, sobre todo empieza a dejar de creer en el que todo el mundo tenga derecho a la vida, sobre todo aquel que no ha respetado nunca la ajena, ni su vida, ni su libertad.
Hasta aquí llegó Méndez, siempre nos quedará su re-lectura, sobre todo para recordar aquellas calles que, el dinero, la avaricia y el olvido, han hecho desaparecer y que se van difuminando en nuestro imaginario y recuerdo.