martes, 28 de junio de 2016

El péndulo de Foucault.

Había oído de la inaccesibilidad que suponía la lectura de El péndulo de Foucault, rumores, no sabía por entonces si con fundamento o sin él.
La cuestión es que El nombre de la rosa me gustó, a pesar de que las primeras 150 páginas se me hicieron cuesta arriba; pero La isla del día después me dejó bastante perplejo. Al final, la curiosidad se impuso y me puse manos a la obra.
Tengo el defecto/manía/virtud de leer, fundamentalmente, en el metro. Lo cual no favorece la lectura de según que libros. Éste es uno de ellos.
Creo que es un libro que no deja a nadie indiferente, o lo adoras o lo repudias. Es un libro de los que te puede provocar el abandono de su lectura, la tentación ha existido, pero mi tozudez ha sido mayor y acabé su lectura.
De lo dicho, se desprende que no ha sido una lectura que me haya gustado, no es que sea mala, es que es muy cansina, pesada y recargada. 
Sacando la escopeta se podría definir como un ejercicio de erudición sobre la cábala, los templarios, los rosacruces, sectas, sociedades secretas, masonería y cualquier superchería organizada alrededor de personajes singulares.
Me voy a inventar una forma de definir su desarrollo. Es como un 9, es una historia circular, el inicio es casi el final, y que tiene un final lineal, cronologicamente hablando. Vamos que la mayor parte del libro es el circulo superior del 9 y el final el palito.
Al final del libro me he quedado con la duda de si todo es un invento o una paranoia del narrador, Casaubon, o si es real.
Sobre el argumento, a partir de un mensaje a medias proporcionado por un "estudioso" de la Orden del Temple, tres eruditos se dedican a su descifrado y a buscar el plan que se supone que existe a partir de lo descifrado. A partir de ese momento es un ir y venir de templarios, caballeros, reyes, sabios, religiosos, cabalistas, aventureros, iluminados... que intentan encontrar el eslabón perdido del plan trazado por los templarios a partir de su disolución, que se supone que se tendrá que explicitar en un futuro lejano.
El libro es complejo, básicamente por el exceso de información sobre lo oculto, además aderezado con lenguaje literario, lo que hace que su lectura requiera un alto poder de concentración. Tiene muchas reflexiones interesantes, pero se diluyen bajo ese corpus del secretismo templario, cabalístico.
Lo que no me ha quedado claro es el partido que toma el autor sobre el tema que sobrevuela en toda la novela, la cuestión de la fe, de la ciencia, del saber. Parece, en muchas ocasiones, que se posiciona en ese origen mágico, ancestral del saber, que sin ser científico, que está plagado de superchería y supersticiones, cómo algo superior a la propia razón y ciencia.
Parece que le moleste la arrogancia de la razón de la ciencia sobre las creencias primigenias. Parece que sacralice el saber espiritual, pero, quien sabe, igual su intención es la opuesta, de ahí mis dudas.
Tiene momentos en los que deja al descubierto las contradicciones entre la teoría y la práctica a todo los niveles: político, social, económico. Hace que los que son defensores de la razón, inmersos en su búsqueda del secreto templario, cada vez son más escépticos, tienen menos problemas en creer cosas que son incongruentes.
Otro problema que le encuentro, son las historias en paralelo que aparecen, para acabar siendo irrelevantes para la historia: los recuerdos de la II Guerra Mundial de Belbo, la estancia en Brasil de Casaubon...
Parece el manual del conspiranoico, apararecen todas las conspiraciones y todos los teóricos culpables de los males del mundo: templarios, judíos, jesuítas, rosacruces, masones e infinidad de otras sectas, ritos, adoradores, fieles y seguidores de mitos y leyendas, de oriente, de occidente, de África, de Asia...
El libro tiene un desarrollo muy lento, debido al afán enciclopédico y a las idas y venidas de las diferentes subtramas. Cuando parece que coge ritmo, a partir del segundo tercio, llegamos a un final bastante absurdo y retorcido, para acabar de forma insulsa y apresurada.