viernes, 8 de octubre de 2021

Los cuatro jinetes de la apocalipsis.

 Hacía tiempo que no me dejaba caer por aquí y menos para escribir sobre un libro. La neurona que va a su ritmo y que decide cuando producir y cuando no.

Siempre había estado ahí, pendiente, con ese título tan descriptivo y tan grandilocuente. La apocalipsis como paradigma del fin de la civilización. Algo de eso hay en el libro, pero claro, como ya sabéis, no fue el final de la civilización, occidental, claro. Eso, el que lo haya leído. El que no, pues no tiene ni idea. Pero vamos, que estamos hablando de la Gran Guerra, que pasó a ser la I Guerra Mundial el día que Hitler decidió ir de excursión a Danzig con sus panzerdivision.

A ver lo que recuerda mi neurona sobre el argumento o la historia que cuenta la novela: nos encontramos en el viaje de vuelta de un argentino hijo de un francés que vuelve a Francia. En el viaje, que comparte con la mayoría del pasaje de nacionalidad alemana, el tema de conversación es la proximidad de la guerra, de la cual, según la mayoría de los que copan los camarotes del trasatlántico, será ganada sin esfuerzo por los ejércitos del Reich (sí, ya era Reich con Bismark y Guillermo I). Del viaje y los devaneos sentimentales del argentino, pasamos al origen de su familia y como forjó su fortuna y el viaje de toda la familia de vuelta a la Francia, madre patria. 

El resto de la narración discurre desde los días previos al inicio de la guerra, la movilización y los primeros combates hasta la batalla del Marne y la victoria sobre los alemanes y el inicio de la guerra de trincheras.

El libro está muy bien, cierto que toda la parte que transcurre en Sudamérica puede parecer fuera de lugar, en cierto punto, desubicada, el sentido de la narración la acaba reubicando y adquiere su sentido.

Yo me he tomado el libro como una exposición de todos los deseos, ambiciones, actitudes y pareceres del ser humano. Como los acontecimientos van moldeando los pensamientos y los actos, como el determinismo de las grandes corrientes sociales, arrastran a los individuos y, en especial, como la guerra manipula y modifica todos los posicionamientos de las personas: ideológicos, personales, morales y éticos. 

La guerra no solo devora cuerpos, vidas, propiedades y territorios sino que socava los más firmes pensamientos de las personas y sus actitudes hacia terceros y, dependiendo del bando, incluso lo hace con los que son parte de tu propia familia.

La guerra lo pervierte todo, convierte en monstruos hasta al más insignificante e irrelevante de los seres humanos, como pervierte a las mentes más preclaras y son arrastrados por la vorágine de la violencia propia de los conflictos armados.

Pero, a pesar de todo lo bueno, no es perfecto y, desde mi insignificante punto de vista, le he encontrado cierta tendenciosidad. A ver, que se puede entender contextualizando la época en la que fue escrito. 

Lo primero a destacar es la animosidad contra lo germánico. Desde el principio va dejando pinceladas de la prepotencia prusiana, de como el culpable claro y sin ambages de la guerra es Imperio Alemán. Los historiadores creo que serían más cautos, ya que toda la inercia del imperalismo de finales del siglo XIX ya llevaba el marchamo de que esa carrera colonial y armamentística solo podía tener un final: la guerra. El agraviado en el pasado busca, en base a constantes provocaciones, resarcirse de su posición en desventaja frente al resto de imperio. Pero los imperios no ceden: conquistan o son destruídos.

Que nos vamos del tema. Creo que dentro de la tendenciosidad, esto es lo más suave. Su animadversión por lo germánico puede verse reforzada por el hecho que el libro podría parecer un encargo del presidente de la república francesa, Raymond Poincaré. Claro, si te llevan a ver los desastres de la guerra, vas a atenuar los excesos cometidos por el bando que te ha venido a buscar. Pero, puedes hacerte una idea que en la guerra, los excesos de un bando pueden extrapolarse al resto de contendientes.

Otra cosa que me chirría es la forzada distinción entre patriotismo y nacionalismo. Para mí, ambos términos son iguales y, quizás, sea el patriotismo el más nocivo, implica una obediencia ciega hacia ese ente abstracto que es la patria, algo más visceral, más intrínseco, algo de lo que se forma de manera inconsciente y por lo que se lucha con la misma inconsciencia. 

Es curioso como Blasco Ibáñez glorifica la renuncia a los principios y la ideología en defensa de la patria. Subordinar unos intereses difuminados, que se definen por la defensa de la integridad territorial, pero disfrazándola con ciertos valores y simbología patriótica, que hacen que esa renuncia no sea tomada como una traición a los principios que rigen tu vida.

Hay un personaje, un exiliado ruso, que es el que ejemplifica todas las contradicciones que se desarrollan en la novela: su estatus, resultado de la lucha contra la tiranía zarista y en pos de un bien social y común para la clase trabajadora, pero como su crítica al militarismo germánico, que no hace extensible al francés (la movilización no deja de ser algo parecido y un ejército no se monta en dos semanas), diluye sus principios ideológicos, dejándolos de lado, en pos de la victoria sobre ese militarismo, sin más exigencia, por su parte, de que todo continúe igual. Estamos ante la dicotomía ganar la guera o hacer la revolución, para la clase trabajadora, que será la que engrose y engrase la maquinaria de guerra sedienta de sangre (toma licencia literaria).

Creo que he divagado demasiado y que a estas horas, lo único productivo por parte de mi neurona es dejar de teclear, que puede llegar a soltar cualquier barbaridad.

Para terminar, acabar con el final, que como en todo libro es lo menos importante. Lo importante en un libro es el desarrollo, el camino que va abriendo palabra a palabra, impregnando nuestra conciencia de todo aquello que piensa que tiene relevancia para el lector, ya se con una intención o con otra, quiero decir una intención sincera o espuria.