miércoles, 18 de abril de 2018

Mendelssohn és a la teulada

Con novelas de la Guerra Civil Española y la vida de los judíos durante el nazismo y la II Guerra Mundial, podrías pasarte una vida entera leyendo y no acabarte la literatura existente. No hay que buscarle doble intención a esas palabras, solo es la muestra de la magnitud de esos hechos sobre la producción literaria.
A Jirí Weil no lo conocía, no tenía ninguna referencia y la literatura alrededor de los temas introducidos, no entra en mis preferencias. Creo que el ser un escritor checo y que la trama girase alrededor de Praga, fueron lo que me hicieron decidirme.


La novela tiene dos partes diferenciadas. En la primera, partiendo del encargo a un trabajador del ayuntamiento para la retirada de la estatua de Mendelssohn del tejado de una sala de conciertos, por su condición de judío. La segunda parte comienza con el atentado y la muerte de Heydrich y la aplicación sistemática de la "solución final".
La primera parte tiene un tono más amable, dentro de las circunstancias de la ocupación alemana, a pesar que el Protectorado de Bohemia y Moravia era considerado parte del Reich. La anécdota con la que comienza, el encargo de retirar la estatua del compositor, pero no saber cual es la estatua a retirar, que lleva a que un botarate de las SS vaya al gueto a pedir un sabio judío para que lo identifique. Desde el gueto, les envían al que consideran al más sabio, pero no desde el punto de vista del conocimiento intelectual y cultural, sino a un experto en todo lo que rodea a la religión judía. El resultado, que desconoce quien es Mendelssohn, por lo que la estatua continúa allí.
La segunda parte describe más detalladamente la situación de presión, opresión y sumisión de la ciudad, en general, y de los habitantes del gueto, en particular. La novela es muy coral, no hay un protagonista, sino una procesión de éstos, de todo tipo y condición. Los personajes representan a tres grupos, básicamente: nazis ocupadores, judíos y, en menor medida, checos.
Esta variedad de personajes le sirve a Weil para construir los tipos de relaciones que se establecen entre estos tres tipos de personas, tanto entre ellos, como entre unos y otros. Además de esta construcción relacional, nos encontramos con el conflicto interno personal de cada uno de ellos, sobre todo, de los que están obligados a colaborar, que sabiéndose traidores o pecadores, lo hacen para salvaguardar vidas ajenas más que las propias.
Esta variedad tiene sus ventajas e inconvenientes. La ventaja más clara es que nos permite conocer el sinfín de relaciones que se establecen, voluntaria o forzosamente, entre todos los personajes; como conocer los dilemas morales o las prioridades vitales de todos los personajes. El inconveniente es que tanta coralismo lleva a que el relato se diluya y se difumine sin una trama clara. Quedando como hilo conductor, el paso del tiempo, las incertidumbres para los judíos y, hacia el final, la inevitable derrota nazi.
Creo que para su extensión, no pasa de 300 páginas, hay mucho material para la reflexión. Desde los horrores de la guerra, la ocupación, el hambre, la miseria hasta la esperanza, el miedo a la inacción, la falta de capacidad de reacción.
La novela no deja de ser un reflejo de las muchas contradicciones que conforman la vida humana, desde todas las perspectivas. Weil lo materializa, por un lado, en la depredación sistematizada de la ocupación nazi y, por el otro, por las esperanzas de los colaboradores por obligación.
La primera contradicción es que la ocupación está organizada de tal manera que su último fin es el expolio. Todo está detallado, listado e inventariado, pero a la vez, entre tanta jerarquía, método y listados, está la arbitrariedad del uso de la fuerza y del poder, en tanto se tiene una situación prominente y que usa la muerte, no como una amenaza, sino como una forma de solucionar o agilizar los problemas. Esta arbitrariedad es la que provoca que toda la organización sea menos eficiente de lo que se supone. Una cuerda y los ferroviarios son los ejemplos claros en la novela. Los mozos que tienen que retirar la estatua de Mendelssohn se quedan con una buena cuerda que, supuestamente, está correctamente inventariada y que si ha salido de un almacén ha de volver. Pero la ira ante los problemas para saber cual es la estatua a retirar hace que en esa perfecta maquinaria haya una pequeña grieta. Los ferroviarios son un problema mayor. Su papel imprescindible para mover el enorme contingente que suponen las tropas y su intendencia entre los diversos frentes, separados por miles de kilómetros, los hace poco menos que intocables, y por ello, toda la programación y planificación de los jerarcas nazis tropieza con la voluntad de los ferroviarios. Éstos pueden hacer desaparecer parte de la carga, transportar a personas sin conocimiento de las autoridades, ralentizar la marcha.
La contradicción en los colaboradores forzosos es la de la esperanza, a pesar de saber que su destino está marcado, en que podrán salir airosos de esta situación. Bueno, es doble contradicción, la de estar trabajando para aquellos que lo que pretenden es exterminar a los de tu misma etnia. Esto se refuerza con el papel de la religión y, sobre todo, el papel del pecado y su peso en cada uno de sus actos.
La esperanza siempre sobrevuela sobre aquellos que tienen su destino más que sentenciado: reos, judíos y colaboradores. Todos saben como acabarán, pero confían que en la arbitrariedad y las formas macabras de actuar de los nazis habrá un resquicio por el cual poder escapar. 
Hay un par de cosas más a destacar. Por un lado, la vida de los que se han de ocultar y los que les dan ayuda para poder seguir ocultos y, por otro lado, la sensación de Praga como un remanso de paz fuera de la locura de la II Guerra Mundial.

Pd.: Acabo de comenzar otra lectura, pero después de leer esta, es para coger el libro y mandarlo a la mierda, de momento. Muchas veces la lectura del siguiente libro define la magnitud de la lectura anterior.

lunes, 2 de abril de 2018

El número 11

Coe nunca decepciona, quizás en La lluvia antes de caer, pero ni en ese caso, a pesar de ser un libro que no tiene que ver con sus novelas precedentes. En este caso, es una mezcla entre relatos y novela, los capítulos en los que se divide el libro son bastante independientes, podrían funcionar como relatos o cuentos, pero están enhebrados por las protagonistas y por un número, el once, como queda claro en el título. El once es púramente anecdótico, pero es recurrente.


Los sucesivos capítulos o episodios nos narran situaciones que comparten las dos amigas, Rachel y Alison, pero que solo coinciden al inicio y al final del libro. 
El libro es un círcular, podría decirse, ya que el inicio del libro y el final son los momentos en los que coinciden los dos personajes eje y además en el mismo espacio o entorno, el pueblo de los abuelos de Rachel. La vida, las circunstancias, las decisiones, los malentendidos las van llevando por caminos divergentes y, a lo largo de la narración, se van convirtiendo en el eje sobre el que pivotan el resto de historias. No son protagonistas absolutas, pero sin ellas no tendrían sentido esos personajes.
Podría resumir, hasta donde mi única neurona llegue, cada episodio, capítulo, cuento o relato, desde el primero en el que ambas están pasando unos días en casa de los abuelos de Rachel y tropiezan con un singular personaje que habita una extraña casa (el número 11 de una calle), que provoca unas especulaciones en la mente de las dos niñas, especulaciones sin fundamento; pasando por la participación de la madre de Alison en la versión inglesa de Supervivientes, ya que tuvo un cierto éxito con una canción en los 80, motivo por el cuál recurren a ellas; hasta el reencuentro final de ambas, en el que Rachel va a visitar a Alison a una prisión, en la que cumple condena por defraudar al estado al cobrar unas ayudas que no debería, por no haber declarado unos pequeños ingresos.
Lo más interesante del relato, del conjunto de la novela, son las situaciones, los personajes y los comportamientos que Coe va dejando durante toda la narración. Creo que a muchos intelectuales y, ya no digo tertulianos, los adelanta por cualquier dimensión al realizar una análisis y una critica de la sociedad urbana actual. Sí, digo urbana, por que es la que se considera la sociedad tipo y típica de la sociedad occidental.
Así, a bote pronto, reciben su correspondiente dosis de ironía, crítica y vituperio la educación, la sanidad, la prensa, la televisión, la gestión de los recursos públicos, las políticas culturales, la policía, el empleo, la política, la justicia, el sistema universitario, la monetización de lo intangible y lo sentimental.
Lo hace en muchas ocasiones usando dos antagonistas extremos: una familia multimillonaria contra Rachel, que a su vez es una excepción, licenciada en Oxford, por méritos no por posición económica; o en la celebración de una entrega de premios, en la que coloca a un sencillo inspector en una suntuosa ceremonia, de tal soberbia, que el menú, en lugar de ser una hoja, es un actor en el centro de la mesa, que va describiendo los platos mientras son servidos.
Y, el dinero, esa adicción, necesidad y ansiedad que provoca el tenerlo o no tenerlo. A lo que aboca a quien no lo tiene, que ha de acceptar cualquier trabajo bajo cualquier circunstancia, teniendo que renunciar a hacer lo que moralmente debe hacer, por no perder un trabajo. O las locuras, caprichos y excentricidades de aquellos que lo tienen. El absurdo se concreta en la petición de la mujer del potenciado para los hijos del cual, Rachel, hace de institutriz. Le pide a un arquitecto que le haga un sótano con, no podía ser de otro modo, once plantas, a todas les da una utilidad salvo a la última. Lo cual lleva al arquitecto a preguntar a la señora que para qué la quiere. Ella le responde, nadie tiena un subterráneo con once plantas.
Seguramente, en la mayoría, por no decir en todos, los libros que he leído deben haber alusiones, guiños o, directamente, citas a otros libros o literatos, pero yo no los suelo pillar, salvo las citas que son explícitas, pero que en la mayoría de casos no las conozco. Pero esta vez he pillado el guiño a Alicia en el país de las maravillas. A ver, tampoco había que ser ningún genio para pillarla. Cuando Rachel entra a trabajar, como interna, la casa del millonario está dividida en dos zonas: la de la familia y la del servicio. Para pasar de una a otra, se accede por una habitación que está separada por un espejo.
El final de la novela es singular, no sé qué sentido tiene, salvo el de una justicia invisible o el de materializar los sueños o los miedos de Rachel, pero es, en cierto modo, desconcertante.
Leo a Coe y cuando voy a la biblioteca y veo a escritores de aquí, entro en pánico, ya que creo que no puedan acercarse lo más mínimo a un tipo de narrativa como esta. Una narrativa que no es pomposa, ni recargada, todo lo contrario, un lenguaje claro y sencillo, sin excesivos alardes descriptivos.
Cuando la duda me embargue en la biblioteca, creo que será mi salvavidas particular.
Por cierto, el título completo es El número 11: fábulas que ilustran la locura, más acertado no puede ser.