martes, 13 de diciembre de 2016

Zumbidos en la cabeza

Llego a este libro por azar, como siempre que voy a la biblioteca sin tener nada en mente.
El interés fue el bucear por una literatura ajena  y distante como la eslovena/yugoslava, en la que ya había hecho alguna inmersión con Ivica Djikic.
Zumbidos en la cabeza
Nos encontramos en una prisión eslovena, en la que a un recluso le es encomendada la tarea de poner en escrito las memorias de Keber, el cabecilla de un motín en una prisión en 1975, dictadas por el mismo.
El relato no deja de ser la biografía de Keber hasta el momento del motín de la prisión de Livada, no explica cómo llega a Eslovenia tras la II Guerra Mundial, entonces como parte de Yugoslavia, cómo esperan llegar al paraíso proletario, materializado en la construcción de unos altos hornos, símbolo de trabajo, prosperidad y progreso. Pero como todo eso acaba truncándose.
Nos explica su vida como marino, militar y mercenario, mediante pinceladas; su vida personal, con sus mujeres y, como parte central del relato, los acontecimientos que se dieron durante los días que transcurrieron desde un arrebato de Keber hasta el motín y control de la prisión y su posterior rendición.
Keber tiene una particularidad, le resulta insoportable el ruido que provoca metal contra metal, es algo que se le incrusta en el cerebro y que le provoca reacciones violentas, como la que resulta el detonante de todo.
Keber relata sus recuerdos sobre el motín en comparación con la sublevación de Judea contra los romanos y la caída de Masada, es un paralelismo constante, en el que se asocian lugares, personajes y acontecimientos, como si la historia se repitiese.
Jancar utiliza la cárcel como metáfora de lo que son los movimientos revolucionarios y los regímenes autoritarios y totalitarios, en los que todo el mundo está encerrado salvo aquellos que tienen privilegios, ya sea por que ostentan el poder, ya sea por ser los que, siendo presos, se cobijan a la sombra del poder.
Usa la prisión para explicar que ese momento de ira descontrolada que es el inicio del motín, que estalla por un asunto nimio, pero que tiene un trasfondo que es el día a día en el penal y la arbitrariedad del que ejerce el poder, aunque no lo detente, de la maquinaria represiva; y como, una vez se descontrola todo, hay que buscar una manera de poner orden: buscar a alguien que sepa hablar, negociar y tenga las cosas claras (Mrak); imponer orden dentro del caos y establecer un nuevo poder que organice y controle todo. Vamos volver a la situación inicial, pero con otros personajes al mando.
Al final, la prisión se convierte en el reflejo del estado en un espacio rodeado por aquellos contra los que se rebela, pero a los que imita para poder sobrevivir un día más. Y es un reflejo en todos los aspectos, ya sean de imitación de la organización como en las intimidades, sentimientos y debilidades humanas.
En la prisión controlada por los reclusos se citan todas las miserias del hombre: arbitrariedad, violencia, borracheras, saqueos, violaciones, torturas, chivatazos, desconfianza, desidia... todo resultado del miedo y de la ignorancia de saber cuanto más durará esto.
A pesar de tratar la cuestión del poder y de su uso arbitrario, ya sea dentro de una organización política o dentro de una situación excepcional, creo que al libro le falta algo, sobre todo en lo narrativo, se hace disperso, falto de ritmo, no sé hasta que punto era necesario el paralelismo con Masada, creo que no le aporta nada. 
Lo que sí que resulta interesante y no lo trata especialmente, es el éxodo de post-guerra, el cual es muy simbólico: se marchan de Francia en tren, dentro de un vagón de ganado y pasan su primera noche en una prisión sin cerrojos en las celdas, a falta de viviendas. Creo que eso hubiese sido mucho más interesante, ver como evolucionan los sueños perdidos del padre de Keber, pero quizás eso es otra novela.

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