viernes, 19 de febrero de 2021

Mierdas de unas tardes de verano de los 90, en un almacen del Baix.

 El título lo dice todo, un texto escrito sin sentido durante ratos robados al curro en un almacén en un verano de los 90.

 

Durante aquellas horas se creyó feliz, aunque por momentos volvía a la realidad. Todos se desinhibieron durante unos instantes, pero algunos se resistían a abandonar el rol tan asumido que tenían durante el resto del día.

El objeto de sus fauces siempre era el mismo, aunque a veces cambiara de rostro, pero en el fondo era siempre despreciar a aquel que no seguía el ritmo que ellos marcaban.

Resultaban toda una fauna, a veces simpática y graciosa como los animales, pero siempre con la garra a punto de dar el zarpazo como las fieras. Al acecho sobre cualquier víctima, la más cercana, paradójicamente siempre estaba fuera de su alcance físico.

La palabra, palabras son y se las lleva el viento. El maestro estaba aleccionando al alumno que escuchaba con gran atención, no le replicaba en su lección, que quizás no llegase a comprender, o ni siquiera tuviese la intención de aprender, pero claro, el profe manda y alumno escucha y obedece.

Claro que una lección no es una orden, ya que las órdenes se suelen cumplir y aguantar la lección y el discurso es un trámite que se ha de pasar para que llegue la hora de salir y volver al mundo que to el mundo corresponde según su historia.

El invierno siempre era duro y las tormentas impedían que llegase el día claro y soleado en el que la oscuridad daba paso a la luz.

Se encontró ante un gran cadáver que constituía aquello que le rodeaba. Era tan decrépito que el cadáver, frío, ya parecía empezar a descomponerse. Aquello apestaba, los arrebatos irracionales y de mal genio de aquel personaje parecían irritar enormemente al maestro, que veía en aquel la manzana podrida que acaba pudriendo al resto de la cesta.

Era tal la ira que tenía que contener que debería estar a punto de estallar y ésta la debía contener, por que el torbellino de irracionalidad y espontaneidad podía llegar a ser peor que aguantar por dentro, ya que no tenía casi nada que perder mientras que el maestro no podía responder a la provocación, ya que allí estaba su futuro (joder, qué futuro), aunque lo negara constante y contundentemente.

Sí, era el maestro de los fantasmas y como era el rey debía dar muestras cada vez que se le presentaba la ocación.

Había por allí, desde su atalaya contemplativa, otros huracanes difíciles de controlar, más cerebrales y menos espontáneos, pero con la misma intensidad. También era más difícil de detectar.

Que poca tranquilidad se respiraba en aquel ambiente. Se veía amenazado por un mar de situaciones nuevas, que desbordaban sus posibilidades de control. Estaba siendo superado por las circunstancias.

Hasta llegar a aquel estado de ansiedad provocado por unos acontecimientos, frustrantes en la mayoría de sus experiencias o tan siquiera habían llegado a ser experiencias, ya que se habían quedado en un quiero y no puedo, bueno y no quiero por...; estos acontecimientos venían a ser el resultado de la presión ambiental a que estaba sometido, todo aquello que lo rodeaba y que se suponía que debía acoplarse perfectamente, como se ensamblan las piezas de un automóvil, hechas para encajar.

Esto pasaba por su cabeza, mientras él continuaba allí agazapado en la oscuridad de aquel habitáculo, sofocante, agobiante, claustrofóbico, en el que se encontraba en aquel instante, y que tanto tiempo le costó construir para llevar adelante aquel plan que debía cambiar su vida y que tanto cambiaría.

Volvamos al principio, quizás sea lo mejor para comprender como se puede llegar a aquella situación.

El cotidiano devenir de los días era la norma de aquellos tiempos. Todos los días eran prácticamente iguales.

Se levantaba tarde, bueno, no madrugaba, pero para no trabajar, levantarse a las 9:30 o las 10 no era muy tarde, y más sobre todo no teniendo otra cosa que acabar acostado sobre el sofá del salón, tragando cualquier tipo de programa abominable, hecho para atraer la atención de las amas de casa, marujas y demás especies de la fauna matinal y hogareña.

Cuando era la hora en que sus colegas se levantaban, los llamaba para ir a tomar unas birras, para hacer tiempo hasta la hora de papear.

Se apalancaban en el bar de siempre. El dueño era un tipo vulgar, tripón con un bigote desaliñado y siempre mal afeitado. Siempre estaban haciendo comentarios sobre la poca escrupulosidad del dueño a la hora de realizar las tapas que servía a una clientela típica de un barrio periférico y obrero de la gran ciudad.

Estaba sudando. Un sudor frío le recorría y helaba su espalda, su frente. Un frío que le calaba hasta los huesos. La tensión que estaba sufriendo en aquel angosto habitáculo, llegaba a niveles insoportables, que no tenía más remedio que apagar con tranquilizantes. Productos a los que se había hecho adicto tras una crisis nerviosa, después de la última batalla familiar, siempre por el mismo motivo, el trabajo, el dinero, sus padres... Era el mismo círculo que se repetía cada año, después de perder un trabajo, buscar y no encontrar nada y desistir en la búsqueda.

Estaba en la penúltima fase de ese plan, que creía que era perfecto. Estaba a un paso de la gloria o del fracaso, del paraíso o del infierno, a un paso de todo o de nada. Era blanco o negro, no había gris. El término medio des unos momentos ya no era posible, no existía.

Llevaba metido poco más de diez minutos y pensaba que había pasado casi una eternidad, pero sólo eran diez minutos y le quedaban todavía dos horas para poder empezar a seguir la última fase de su plan.

En aquellos momentos de tensión, se mezclaban recuerdos del pasado con la ansiedad de aquel encierro obligado. Se le pasaban por la cabeza mil recuerdos, de infancia, adolescencia, de juventud. Todos aquellos, buenos y malos momentos que habían quedado grabados en su mente y que ahora volvían a brotar en su consciente.

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Tiene cero valor literario o narrativo, siendo muy generoso. Ha sido una vuelta al pasado, un intento de ubicarme en aquellos momentos, ya que todo surgió del pasar de los días rodeado de amigos, capullos, libros de texto, polvo, calor y sudor.

Un salto a un pasado que en un momento plasmé con lápiz y papel.

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