lunes, 2 de abril de 2018

El número 11

Coe nunca decepciona, quizás en La lluvia antes de caer, pero ni en ese caso, a pesar de ser un libro que no tiene que ver con sus novelas precedentes. En este caso, es una mezcla entre relatos y novela, los capítulos en los que se divide el libro son bastante independientes, podrían funcionar como relatos o cuentos, pero están enhebrados por las protagonistas y por un número, el once, como queda claro en el título. El once es púramente anecdótico, pero es recurrente.


Los sucesivos capítulos o episodios nos narran situaciones que comparten las dos amigas, Rachel y Alison, pero que solo coinciden al inicio y al final del libro. 
El libro es un círcular, podría decirse, ya que el inicio del libro y el final son los momentos en los que coinciden los dos personajes eje y además en el mismo espacio o entorno, el pueblo de los abuelos de Rachel. La vida, las circunstancias, las decisiones, los malentendidos las van llevando por caminos divergentes y, a lo largo de la narración, se van convirtiendo en el eje sobre el que pivotan el resto de historias. No son protagonistas absolutas, pero sin ellas no tendrían sentido esos personajes.
Podría resumir, hasta donde mi única neurona llegue, cada episodio, capítulo, cuento o relato, desde el primero en el que ambas están pasando unos días en casa de los abuelos de Rachel y tropiezan con un singular personaje que habita una extraña casa (el número 11 de una calle), que provoca unas especulaciones en la mente de las dos niñas, especulaciones sin fundamento; pasando por la participación de la madre de Alison en la versión inglesa de Supervivientes, ya que tuvo un cierto éxito con una canción en los 80, motivo por el cuál recurren a ellas; hasta el reencuentro final de ambas, en el que Rachel va a visitar a Alison a una prisión, en la que cumple condena por defraudar al estado al cobrar unas ayudas que no debería, por no haber declarado unos pequeños ingresos.
Lo más interesante del relato, del conjunto de la novela, son las situaciones, los personajes y los comportamientos que Coe va dejando durante toda la narración. Creo que a muchos intelectuales y, ya no digo tertulianos, los adelanta por cualquier dimensión al realizar una análisis y una critica de la sociedad urbana actual. Sí, digo urbana, por que es la que se considera la sociedad tipo y típica de la sociedad occidental.
Así, a bote pronto, reciben su correspondiente dosis de ironía, crítica y vituperio la educación, la sanidad, la prensa, la televisión, la gestión de los recursos públicos, las políticas culturales, la policía, el empleo, la política, la justicia, el sistema universitario, la monetización de lo intangible y lo sentimental.
Lo hace en muchas ocasiones usando dos antagonistas extremos: una familia multimillonaria contra Rachel, que a su vez es una excepción, licenciada en Oxford, por méritos no por posición económica; o en la celebración de una entrega de premios, en la que coloca a un sencillo inspector en una suntuosa ceremonia, de tal soberbia, que el menú, en lugar de ser una hoja, es un actor en el centro de la mesa, que va describiendo los platos mientras son servidos.
Y, el dinero, esa adicción, necesidad y ansiedad que provoca el tenerlo o no tenerlo. A lo que aboca a quien no lo tiene, que ha de acceptar cualquier trabajo bajo cualquier circunstancia, teniendo que renunciar a hacer lo que moralmente debe hacer, por no perder un trabajo. O las locuras, caprichos y excentricidades de aquellos que lo tienen. El absurdo se concreta en la petición de la mujer del potenciado para los hijos del cual, Rachel, hace de institutriz. Le pide a un arquitecto que le haga un sótano con, no podía ser de otro modo, once plantas, a todas les da una utilidad salvo a la última. Lo cual lleva al arquitecto a preguntar a la señora que para qué la quiere. Ella le responde, nadie tiena un subterráneo con once plantas.
Seguramente, en la mayoría, por no decir en todos, los libros que he leído deben haber alusiones, guiños o, directamente, citas a otros libros o literatos, pero yo no los suelo pillar, salvo las citas que son explícitas, pero que en la mayoría de casos no las conozco. Pero esta vez he pillado el guiño a Alicia en el país de las maravillas. A ver, tampoco había que ser ningún genio para pillarla. Cuando Rachel entra a trabajar, como interna, la casa del millonario está dividida en dos zonas: la de la familia y la del servicio. Para pasar de una a otra, se accede por una habitación que está separada por un espejo.
El final de la novela es singular, no sé qué sentido tiene, salvo el de una justicia invisible o el de materializar los sueños o los miedos de Rachel, pero es, en cierto modo, desconcertante.
Leo a Coe y cuando voy a la biblioteca y veo a escritores de aquí, entro en pánico, ya que creo que no puedan acercarse lo más mínimo a un tipo de narrativa como esta. Una narrativa que no es pomposa, ni recargada, todo lo contrario, un lenguaje claro y sencillo, sin excesivos alardes descriptivos.
Cuando la duda me embargue en la biblioteca, creo que será mi salvavidas particular.
Por cierto, el título completo es El número 11: fábulas que ilustran la locura, más acertado no puede ser.

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