jueves, 10 de noviembre de 2016

L'embriaguesa de la metamorfosi.

Ya es mala suerte que la primera novela que leo de Stefan Zweig coincida con el programa de tele de la petarda de la Milà sobre libros (a ver de qué va el engendro, que veré si tropiezo pasando canales).
Había oído hablar de él, pero al ser un libro de la primera mitad del siglo XX, pues tenía cierto, pero absurdo, reparo. Me siento más cómodo leyendo cosas contemporáneas, como digo, es absurdo.
Pues la experiencia ha sido ciertamente grata, a todos los niveles, tanto de fondo como de forma.
Nos encontramos en un pueblo austriaco donde Christine. una joven pasa su vida de la oficina de correos donde trabaja a la casa donde vive y cuida de su madre enferma. Es una vida monótona, reiterativa, sin estridencias, sin ambiciones y sin estímulos. Una vida que nada te da pero que nada te exige.
Un día recibe un telegrama de su tía, que vive en EEUU y casada con un hombre rico, que la invita a pasar unos días en un hotel en los Alpes suizos. A partir de ese momento, su vida da un giro de 180º, por diversos motivos. Primero, por que conoce un mundo que queda no había imaginado jamás, lleno de lujo, carente de obligaciones laborales, de personajes que viven una vida que nunca ha podido imaginar. Entra en este nuevo mundo de manera tibia, temorosa y tímida, pero una vez superada la vergüenza de venir de donde viene, se deja arrastrar por la vorágine de esa vida de actos sociales, bailes, comidas, excursiones, carente de preocupaciones, donde el lujo y el servicio deslumbra a alguien que tiene más en común con aquellos que la sirven que con aquellos con los que comparte el día y la noche.
El título del libro se debe a esta parte del libro, puesto que el cambio que se produce en Christine es tan radical que le produce una embriaguez absoluta, casi perdiendo el horizonte y olvidando de donde viene y, que para su desgracia, esta forma de vida es temporal y tiene un corta fecha de caducidad.
Su estancia se ve interrumpida antes de tiempo, ya que al hacerse notorio el humilde origen de la invitada, la tía teme que se pueda descubrir su oscuro pasado, que no conoce su marido, y por el que se vio obligada a huir hacia América. A esto se añade la noticia del empeoramiento de la salud de su madre, que conoce tarde, ya que cuando regresa, ha fallecido.
La vuelta al pueblo supone un trauma para Christine, como lo es el saqueo que supone el reparto de las pertenencias de la difunta. Christine se vuelve más oscura, arisca, agria, no entiende que haya conocido un tipo de libertad que no podrá volver a conocer y que tendrá que conformarse con vivir enclaustrada en esa perdida oficina de correos, sin un futuro ni una esperanza.
Como válvula de de escape, decide ir a Viena, a pasar el día, a ver si puede rememorar, aunque sea como un retal, aquellos días de libertad. Aprovecha para visitar a su hermana y su familia, y acontece otro hecho que cambiará su vida, en el tranvía, su cuñado reconoce a un ex-compañero de filas, Ferdinand, con el que compartió frente y presidio, pero que tuvo la mala suerte de acabar atrapado en la guerra civil rusa, tras la Revolución de Octubre. La historia de desesperanza y de falta de fe en el futuro de Ferdinand crea un vínculo con Christine, que cree que se encuentra ante un alma gemela, en la que ha calado la desesperanza y repudia a todos aquellos que son unos conformistas, que justifican su situación y que no hacen nada por revertirla.
La relación se va asentando, pero la desesperación de no tener un sitio en el que poder estar solos y tranquilos, en no tener un poco de dinero para poder tener una habitación en la que compartir sentimientos e intimidades, les genera una frustración aún mayor, que los aboca a plantearse el suicidio como único camino hacia la libertad. 
Al final, una visita de Ferdinand a la oficina de correos, tras haber perdido su trabajo, hace que se planteen una alternativa al suicidio, robar al Estado la vida que les has robado a ellos.
Me ha gustado y sorprendido mucho, creo que ha sido un gran acierto, a pesar de mis recelos iniciales. Tanto la prosa, la forma de escribir, las metáforas que utiliza son de gran exquisitez y contundencia, lo que dice y cómo lo dice, sin hacerse pretencioso, ni recargado, ni cursi, ya que describe un mundo muy banal, superfluo, pero ni así parece que el lenguaje usado sea improcedente.
Pero el auténtico valor del libro es lo que explica, el marco en el que sucede todo: la Austria derrotada de postguerra, en la que las clases bajas y medias han perdido todo por culpa de la I Guerra Mundial, desde lo material a la dignidad, desde la esperanza a la vida. Nos describe un mundo en crisis, una sociedad en crisis, que sigue rota y fracturada y que la gran masacre que ha acontecido, parece que no ha servido para nada, solo para hacer insufrible la vida para los que la padecieron.
Creo que la oficina de correos representa el paradigma de lo que era Austria al final de la guerra, un país sin futuro en el que, a pesar de la derrota, de la desaparición del Imperio, parece que no haya pasado nada, que todo es inmutable, como esa oficina en la que todo está reglamentado y todo tiene que quedar igual que el día anterior, como si no hubiese pasado nada.
Mientras que los días en el hotel suizo representan aquellos locos años veinte tan típicos y tópicos, que lo serían para unos cuantos, en los que la vorágine social engulle a Christine, que se olvida de todo, tanto de su familia, la de su pueblo, como de sus tíos que la invitan, como de su origen y del origen de todos aquellos que hacen que esa rueda de diversión, lujo y placer continuo no pare. Ese contraste es permanente en la novela, constatando lo contradictorio de aquello años.
Continuaremos leyendo a Zweig, a pesar de la Milà.

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