miércoles, 13 de julio de 2016

El ejército furioso.

Cuando acabo una lectura, rara vez planifico la siguiente, aún sabiendo que quedan pocas páginas. Cuando me sucede acaba recurriendo a uno de mis habituales, en esta ocasión fue Fred Vargas, de la que ya me queda poco por leer, así que me toca buscar otro habitual.
Y Vargas o es Adamsberg o son los Tres Evangelistas, pero principalmente es Adamsberg, como es el caso.



En esta ocasión, a partir de un homicidio perpetrado con miga de pan, Adamsberg regresa a Normandía, donde llega tras escuchar los ruegos de una madre que le explica que su hija ha visto a un ejército fantasma que anuncia la muerte de aquellos que deben pagar por sus fechorías, pero que la justicia y la ley no han sido capaces de hacerles pagas. Paralelamente, se encuentra con el asesinato de un magnate industrial, miembro y pilar de la sociedad y, casi, del estado francés. El magnate aparece quemado en su coche, modus operandi que apunta a un joven extrarradial que se dedica a quemar coches de alta gama, pero siempre vacíos.
Ambos casos corren en paralelo, pero son los acontecimientos que transcurren en Normandía el eje de la narración.
Volviendo al argumento, durante la visita, ante la curiosidad que despierta en la singular mente de Adamsberg, aparece muerto uno de los condenados por la Mesnada Hellequin, que es como se llama el ejército en cuestión, y es agredida una anciana con la que Adamsberg entabla cierta amistad, y que descubre el muerto.
Desde ese momento, se inicia la investigación para averiguar quien ha sido el asesino y sí es cierta toda la palabrería que corre alrededor de la leyenda de la Mesnada, si los otros que fueron anunciados como víctimas mueren o no. Los acontecimientos parecen dar cierta credibilidad a la leyenda, ya que los otros dos anunciados aparecen asesinados, pero, a pesar de que Adamsberg es muy dado a no despreciar leyendas y mitos, también lo es a que exista una lógica, a la que llega de forma retorcida e intuitiva, en todo lo que ocurre.
Como siempre con Vargas, el desenlace suele ser bastante ingenioso, poco previsible, encajado con cierta lógica en el desarrollo de los hechos y en la forma de ser de los personajes.
Creo que el principal mérito de Vargas es la composición de todos sus personajes, el construir unos personajes altamente singulares, que un sinfín de particularidades, que supongo, reflejan la diversidad humana, pero que lo hace más latente al hacer que sus particularidades sean altamente extremas. En esta ocasión, destaca Émeri, un policía que es descendiente de un mariscal napoleónico y que toda su vida y personalidad gira alrededor de su devoción hacia él. Todo el personal al servicio de Adamsberg es singular y particular, todos están lejos de la anodina normalidad.
Vargas sin buscar, como sí hacen otros cultivadores del género, un sentido crítico a sus novelas, siempre deja una composición en la que se ven muchos de los déficits humanos: avaricia, codicia, odio, venganza, rechazo, temor a lo desconocido y lo oculto...
La creencia en la Mesnada es el ejemplo claro de ese temor, de como lo irracional se convierte en tradición y se incuba en la mentalidad de una sociedad, a pesar de que los argumentos racionales y la falta de pruebas constaten que no existe motivo para ese temor.
Las novelas de Vargas no dejan de ser una dicotomía entre la razón y lo irracional, cosa que se refleja en la pareja Adamsberg-Danglard. Danglard es la mano derecha de Adamsberg y refleja toda la racionalidad, el sentido crítico y el método científico, contrapunto a Adamsberg, que se mueve mucho mejor en el campo de la intuición, de los sentidos, de lo etéreo para acabar llegando al mismo fin, que es impartir justicia.
Es una lectura llevadera, bastante ágil, que no defrauda, ya que sigue los cánones que Vargas ha marcado para este personaje, para lo bueno y para lo malo, pero que parece no agotar al personaje, como sí que ocurre en otros casos. Creo que el peso de la vida y los tormento personales del protagonista son muy puntuales y no son una losa que deba soportar, no como pasa con otros novelistas, donde esa carga se hace excesiva y acaba agotando al personaje.

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