domingo, 11 de noviembre de 2018

A dalt tot està tranquil (Boven is het stil)

Buceando por la biblioteca he realizado mi primera inmersión en la literatura holandesa contemporánea, con Gerbrand Bakker. Motivos, la simple curiosidad y una lectura en diagonal de la reseña del editor en la solapa. 
Como dicen, las prisas son malas consejeras, y vamos que todavía estoy esperando a encontrarle algo de sentido a la novela.


La novela trata sobre la vida de un granjero por obligación durante los últimos meses de vida de su padre. Es granjero por obligación a causa de la muerte de su hermano gemelo, que era quien tendría que haberse quedado con la granja.
Durante este tiempo, Helmer, el granjero, va recordando tiempos pasados, en los que tenía unas ilusiones y metas, pero que el trágico acontecimiento hacen que se desvanezcan. 
Al mismo tiempo, va narrando su día a día con los animales y con los cambios que ha decidido hacer en la casa en la que ha vivido.
Durante este tiempo, Helmer recibe una llamada, una visita y una carta de Riet, la novia de su hermano, que era quien conducía el coche con el que tuvo el mortal accidente. En esta serie de encuentros, Riet le propone que su hijo, Henk, que también es el nombre del gemelo de Helmer, pase un tiempo trabajando, ya que se encierra en su habitación y no sabe que hacer con él.
En definitiva, es una novela en la que el protagonista, en constate estado de recelo, no para de compadecerse de la vida que le ha tocado vivir, por obligación, por no defraudar ni a su padre ni la memoria de su gemelo fallecido, pero a la que en ningún momento ha puesto la suficiente oposición para intentar librarse de ella.
Se nota cierta amargura en el protagonista, con momentos en los que es malcarado con cualquiera. Esto lo lleva al extremo en la visita de Riet, a la que pasea por toda la casa, en la que está haciendo cambios, y le ha dicho, previamente, que su padre había muerto, que había sido incinerado y sus cenizas esparcidas, mientras visitaban la tumba de su hermano. 
Esta amargura se ejemplifica en la envidia que tiene ante la actitud del hijo de Riet, que hace lo que él hubiese querido hacer con su edad, no hacer caso de las órdenes de su padre y no tener ningún remordimiento.
Esa misma amargura se destila en las conversaciones con su padre, en los momentos en los que tiene que dedicarse a su higiene personal, narrados descarnadamente. Es una amargura por todo aquello que no pudo hacer: conocer mundo, sobre todo Dinamarca; poder estudiar; tener familia...
Durante toda la novela, el tema de la homosexualidad latente de protagonista es constante: desde como aprende a patinar sobre los lagos helados, con ayuda del mozo que trabaja para su padre; desde la llegada del hijo de Riet; con uno de los lecheros que vienen a vaciar los tanques de ordeñado; en el reencuentro con el mozo, tras, ahora sí, el fallecimiento de su padre, con el que emprende su soñado viaje a Dinamarca.
Nos muestra la inmutabilidad del cambio constante que es el campo, la granja y la agricultura, donde el paso cíclico de las estaciones marca esa monotonía constante. Donde todo cambia para seguir todo igual.
Sinceramente, me ha parecido un sopor y un aburrimiento, que igual era la intención del autor, pero a parte de eso, no profundiza en nada más. Recordando novelas de animales, si mi débil neurona no me falla, ha sido tan soporífera como me lo parecieron El coronel no tiene quien le escriba e Historia de un caballo. Igual, si las leyese ahora y con los 16-18 con los que los leí, me parecerían otra cosa, pero esa impresión de tedio ha permanecido indeleble.
Obviamente, Bakker pasará al baúl de los olvidos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario